Ana y yo estamos unidos por la levadura.
Hace mucho no cocinamos pero nuestra manera de volver es anunciar un banquete.
Todo se resuelve conversando con la boca llena y
quizá tomando una copa a horas inapropiadas.
Siempre somos niños aunque nuestras vidas parezcan cada vez más serias.
Nos reímos después de darnos cuenta con cierto pesar que han pasado semanas sin vernos.
Prometemos con frecuencia corregir el camino y ser infantiles de nuevo.
Disfrazarnos es la medida de emergencia para las trampas de la adultez.
Estaré lejos de Ana más de lo usual,
pero tendré tiempo para escribir en la libreta que me regaló sobre nuevas ideas estrafalarias para ser estridentes.
Espero que en nuestro próximo encuentro tengamos un reto culinario que devorar
y sea mañana, tarde o noche, las horas se desdibujen en cada entremés.